Ya iniciamos el segundo mes del año; los días ya se
van pasando y el tiempo con ellos y la vida con él.
La gente vulgar sólo piensa en pasar el tiempo; la gente de talento piensa más bien en aprovecharlo; porque, entre el pasado que ya no es y el futuro que aún no es, está el presente en el que residen nuestros deberes y que está bajo nuestra responsabilidad.
La gente vulgar sólo piensa en pasar el tiempo; la gente de talento piensa más bien en aprovecharlo; porque, entre el pasado que ya no es y el futuro que aún no es, está el presente en el que residen nuestros deberes y que está bajo nuestra responsabilidad.
Una cosa es perder el tiempo y otra es emplearlo; el
poeta dijo con acierto: “Y con continuo se te acuerde de que el tiempo bien
gastado, ni se pasa, ni se pierde”.
¿Quién será el que pierde el tiempo? El que lo pasa
sin ser útil ni para Dios ni para el prójimo.
A veces nos preguntamos qué día habrá sido el más
feliz de nuestra vida; no es difícil responder: cada día es el más feliz,
porque cada día se nos presenta la oportunidad de emplearlo mejor en el
servicio de Dios y de los prójimos, y en ese servicio precisamente radica
nuestra felicidad y la de los demás.
La causa de la alegría será la práctica del bien; tu acción en ti mismo,
el esfuerzo por mejorarte; tu acción apostólica, que intenta hacer el bien en
los demás; ojalá imites al Maestro, del que se pudo afirmar: “Pasó haciendo el
bien (Hch 7,38). ¿Se podría decir lo mismo de nosotros?”
(P. Alfonso Milagro,
“Los Cinco Minutos de Dios”, 5ta. ed., Buenos Aires: Claretiana, 2009)
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